Mi memoria ha traído recuerdos de
una juventud un tanto lejana, más exactamente en mis tiempos escolares,
bachillerato para ser más preciso. En aquel entonces disfrutar de las bromas y
chistes de los compañeros de clase era al parecer lo que más importaba, el
profesor allí de pie esperando un poco de atención con incalculable y
sorprendente paciencia, o tal vez no, tan solo estaba allí por costumbre y no
le importaba quien prestara atención a la clase, igual recibiría su salario.
Recuerdo
que en mi salón de clases había alguien que desde el año anterior se robaba mi
atención, muchas veces me quedaba viéndola sin que ella lo supiera, sin que se
percatara de que mis ojos nadaban desde su rostro hasta sus pies. Ella no lo sabía,
y apuesto que tan siquiera lograba imaginar lo que su sola presencia despertaba
en mi cabeza.
A la edad de 17 años el sexo y la
imaginación morbosa dominan el instinto primitivo de cualquier hombre, y yo por
supuesto no era la excepción. Verla cruzar la puerta del salón, mirarla desde
el rostro e ir bajando hasta encontrarme con la falda del uniforme, que por
cierto siempre llevaba más arriba de las rodillas dejando al descubierto un
poco más de lo permitido, producía un cosquilleo en el estómago tan fuerte que
hasta el corazón se exaltaba de ansiedad.
Cada mañana, la seguía con la
mirada mientras caminaba por el centro de la fila de sillas, al tiempo mi cabeza
deslizaba una serie de imágenes como si fuera un proyector, cada paso que daba era
una nueva película que se hacía cada segundo aún más interesante. El momento
intenso llegaba cuando pasaba muy cerca de mi y sonriendo arrojaba aquel saludo
matutino que se había vuelto rutina, una rutina que no podía aburrir, pues cada
que recibía su saludo mi cabeza acercaba en primer plano el momento en que me
ponía de pie y sin mediar palabra tomaba su rostro y la besaba con pasión.
Después del saludo continuaba su
rumbo al puesto de estudio, sin sospechar que mis ojos nunca habían dejado de seguirla.
En el momento en que solo podía verla de espaldas aprovechaba para deleitarme
con su figura perfecta, piernas firmes, caderas redondas y cintura delgada.
Al sentarse, con breve disimulo miraba
sus piernas en busca de algo mas que pantorrillas, esperaba con ansías un
descuido suyo y poder observar la parte alta de sus muslos. Recuerdo ocasiones
en las que la vi jugar con sus piernas abriéndolas y cerrándolas varias veces, sin
darse cuenta qué sus partes íntimas casi quedaban expuestas y que mis ojos
disfrutaban del acto mientras mis manos trataban de ocultar la reacción
involuntaria en mi entrepierna.
Sus piernas, sus pechos y toda
ella fueron víctimas de un secuestro imaginario, una película en mi mente que
satisfacía todas las fantasías que a diario durante casi siete horas
incontrolablemente vivía.
Aún
hoy, puedo recordar con claridad su aspecto después de quince años, puedo cerrar
mis ojos y verla caminar por los pasillos del colegio sonriente y tranquila,
puedo respirar y recuperar de mis bancos de memoria el olor a lápiz y cuaderno
de las veces que le escribí las cartas que nunca llegaron a sus manos, puedo
sentir mi pecho agitado y transportarme al único día en que sus labios me
besaron como consolación a una despedida.
El tiempo continúa su rumbo, la
memoria no deja de guardar momentos que en el futuro serán la pieza clave de un
revolcón de emociones, y la imaginación…
Bueno, la imaginación continuará
combinando los recuerdos de su figura con las fantasías que viví en el pasado,
se encargará de proyectar una nueva película cada vez que recuerde que pudo
haber sido lo que hoy no es… y, cada que recuerde su juego de piernas hará que
mis manos intervengan mi entrepierna.